
Hacia una unidad intelectual y moral para caminar a un nuevo Estado de bienestar
Por: Alejandro Mejía y Santiago Castro
La muerte era un evento tan común que posiblemente abarató la vida y endureció los corazones
“La pandemia olvidada”
¿El Coronavirus es el fin del neoliberalismo? o ¿es una crisis más en la que como siempre los ricos terminan siendo más ricos y los pobres más pobres? ¿una crisis en la que se aprovecha el desasosiego de la mayoría de la población para que un puñado pueda acrecentar sus negocios, mientras se profundiza la desigualdad? Así fue como ocurrió después de la terrible tragedia que dejó en New Orleans, EE.UU., el huracán Katrina: en la fase de reconstrucción de la ciudad se aprovechó para despedir a miles de maestros y privatizar su sistema público de educación.
Quizás no sea el fin del neoliberalismo aún, no obstante, la gente está cansada de su miseria; el hambre que no da tregua nos empieza a señalar un camino distinto. Varios analistas como el doctor en Ciencia Política, Eric Toussaint preveían un cierre del ciclo de prosperidad actual del capitalismo[1]. Un comportamiento normal en la economía capitalista:
Expansión - Auge - contracción - Depresión. La famosa crisis después de la sobreproducción, el exceso de bienes y mercancías. Claro está que el papel del Estado es fundamental para acelerar o frenar alguna de estas etapas; ejemplo de esto es la depresión del 29, luego vino el New Deal en la administración Roosevelt, que recuperó la economía; posteriormente la II Guerra Mundial; de nuevo recuperación con el plan Marshall y la industrialización por sustitución de importaciones en América Latina producto de una Europa en reconstrucción que no podía enviar mercancías al resto del mundo. En las últimas dos décadas, experimentamos las recesiones del 2001, 2008 y ahora 2020, sin embargo, estas últimas con un telón de fondo diferente, con un desmontado Estado de bienestar en Europa al igual que el modelo Cepalino en América Latina, quizás con mayores desarrollos en Europa pero que otrora se crearon para contener la mirada de occidente hacia la entonces URSS.
Las crisis en ocasiones son provocadas por la corrupción y especulación constantes del sector financiero, como la del 2008, o por intereses de rentabilidad del sector armamentista (guerras). Era poco probable imaginar una crisis económica producto de un virus, que pasó de ser una epidemia en China a una pandemia mundial, la cual, las cifras comprueban puede afectar a cualquier persona, aunque económicamente sí tiene distingo, sus efectos no son igual de democráticos que su propagación, en especial con las poblaciones más vulnerables, las cuales tienen que decidir entre las medidas de confinamiento o arriesgar su salud por el pan de cada día.
Hay una gran zozobra en la mayoría de la población, por cuenta de la pandemia, ante las consecuencias económicas y sociales actuales y venideras, que con pandemia o sin pandemia hacen parte del paisaje de los nadie de este mundo. Pero a pesar de todo han servido para develar el fracaso de 40 años de neoliberalismo que han padecido los pueblos latinoamericanos, que solo han dejado desigualdad y miseria, relegando un Estado cada vez más chico, a ser la dama de compañía de gran capital especulativo, con sistemas de salud en función de negociar la vida, contratos basura donde los obreros llevan la peor parte, flexibilizados para potenciar la plusvalía del patrono; una informalidad laboral que en el caso de Colombia supera el 50% y que se traduce en hambre y millones de hogares sin ingresos.
Es conveniente recordar el movimiento Ocupa Wall Street en los EE. UU., “somos el 99%”, que hacía referencia a la híper acumulación de riqueza y poder de apenas el 1% de la población, los problemas los vivimos todos, pero las soluciones son para ellos, para ese 1%. En Colombia pasa igual, en 1999 como ahora, se decretó el Estado de emergencia Económica, Social y Ecológica pero esa vez fue para salvar la banca, crearon el impuesto 2x1000 que terminó en 4x1000; el Estado invirtió cerca del 15% del PIB, mientras para esta gran crisis que estamos viviendo a escala global, la inversión del gobierno para paliar las dificultades, no llega ni al 4% del PIB. Y los decretos que materializan las supuestas ayudas del Estado no pueden ser peores; en lugar de orientar los recursos en inversión social y directa a los hospitales y a los colombianos más golpeados por el desempleo, han optado por seguir fielmente el dogma neoliberal de inundar los mercados financieros con billones de pesos, esperando que estos irriguen riqueza a la población.
Se ha comprobado que la teoría de derrame o efecto goteo, aplicada en Latinoamérica e inclusive en algunas grandes potencias, nunca llega a favorecer las clases populares, en que prevalece prevalece la máxima neoliberal —mercado hasta donde sea posible y Estado hasta donde sea necesario— solo llena la copa de los de arriba, ese 1% al que hacían referencia los Ocupa, los que se han adueñado del país y cooptado el Estado, esa clase dominante, como diría Pablo Iglesias, esos “que se ha tomado el Estado por asalto y son quienes en realidad gobiernan, sin tan siquiera presentarse a elecciones”.
Pero podría ser diferente. Así como la gripe española de 1918 sirvió para que muchas naciones pensaran en respuestas sociales a crisis como esta, con fortalecimiento de sus sistemas de salud, la pandemia del Covid-19 nos está demostrando que la crisis es colectiva y se resuelve de la misma manera, con solidaridad y un Estado robusto, interviniendo de manera resuelta en aspectos fundamentales para la sociedad, como soberanía alimentaria, salud pública y universal, ciencia y tecnología, derecho al trabajo e ingreso vital para sobrevivir dignamente, entre otros. Aspectos fundamentales para una sociedad que NO deben estar regida bajo las lógicas del mercado. Hay que oponerse rotundamente al dogma individualista y egoísta del neoliberalismo.
Hoy tenemos el reto de cambiar el sentido común de la gente, mirar otros horizontes posibles porque ante el desastre Neoliberal, seguir sobre ese rumbo equivale al marinero que conduce hacia el inexorable naufragio. Países como Francia, Italia y sobre todo España, ante la crudeza de los hechos, han decidido resucitar las máximas económicas de Keynes para no hacer aguas en esta crisis, han decidido regresar, aun a contracorriente de los gurús de las economías rentistas, a puerto seguro, al Estado de Bienestar, modelo que durante décadas le garantizó de forma elemental a la clase trabajadora y a la sociedad en general un acceso decente al trabajo, la salud y la educación.
Los sectores democráticos siempre hemos estado a la defensiva: Movilizándonos contra la reforma tributarias, como la que le entregó 64 billones en beneficios tributarios a los grandes empresarios, contra los intentos de privatizar la educación superior, contra la eliminación de las rentas parafiscales que le dan vida al salario social de los trabajadores (SENA, ICBF y cajas de compensación) entre otras causas.
Este momento, sui generis para la historia de la humanidad, nos abre la posibilidad de pasar por primera vez a la ofensiva. Las crisis son también oportunidades de avance; tanto para la derecha como lo puede ser para los sectores democráticos, pasar de frenar políticas y leyes regresivas a proponer cambios estructurales, hoy que se está demostrando la fragilidad y los errores de este modelo, el cual podemos cuestionarlo y pensar en transformarlo de fondo. El problema no se soluciona con reformismo superficial, unas cuantas adiciones presupuestales no bastarán.
Como diría Gramsci: “hay que afrontar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad”. La coyuntura de la emergencia económica le ha permitido al gobierno de Iván Duque una mayor concentración del poder en el ejecutivo, sin un contrapeso como el congreso. Hay que sumarle a esto un crecimiento de su favorabilidad ante la opinión pública, estimulada en gran medida por los grandes medios de comunicación serviles al poder, y por el miedo generalizado de la población, su imagen positiva pasó del 23% al 52%. No obstante, un personal médico que está en la primera línea contra la pandemia y sufre la desidia del gobierno al igual que los trapos rojos en las casas que exigen soluciones y ven como Iván Duque prefiere invertir en camionetas para él y tanquetas para el ESMAD mientras el hambre apremia. Es ante esta absurdo que la ciudadanía debe actuar, removerse de su posición cómoda en la que espera que el líder de gobierno le muestre el camino, cuando este puede terminar siendo su verdugo.
Pero las críticas y apuestas por un futuro distinto no deben reducirse al simplismo de “cuestionar por qué no están llegando los recursos al sistema de salud”, hay que ir más allá, atacar el problema de raíz, el deber ser es derogar una ley 100 que ha enriquecido a unos cuantos mientras la población muere esperando un medicamento o tratamiento. Tan solo en el 2018 se interponía una tutela cada 52 segundos reclamando el derecho a la salud[2]. El problema es estructural y hay que pensar un nuevo modelo que se centre en el derecho y no en el privilegio, para salud, pensiones, trabajo y sobre todo un nuevo enfoque más social y humano, que anteponga la vida al interés del lucro.
Por ello, es importante el llamado a la solidaridad con conciencia de clase, una solidaridad estructural, que no se limite al asistencialismo sino a políticas de alto y verdadero impacto. Hoy más que nunca tiene que primar el bien colectivo sobre el particular. Debemos demandar al unísono que el Estado garantice el goce de nuestros derechos. En momentos de crisis está llamado a responder por seguros de desempleo, ingreso mínimo vital, hospitales con personal y dotación suficiente, que los micro, pequeños y medianos empresarios que utilizan cerca del 90% de la fuerza laboral no quiebren mientras se está pensando en lanzarle un salvavidas a aerolíneas con cuentas en paraísos fiscales o banqueros como Sarmiento Angulo, al que suficientemente le hemos entregado ya.
Esto solo es posible si acordamos priorizar la vida sobre el capital, con una suficiente correlación de fuerzas, favorables al sentido común de las mayorías. Limitada nuestra capacidad de movilización por la cuarentena, no nos vamos a reducir simplemente a la protesta virtual y presión social por redes. Invitamos a prepararnos para disputar electoralmente, a juntarnos con otros sobre lo que es fundamental, la vida, hacia una unidad intelectual y moral para virar a un nuevo Estado de bienestar, o invertir el que hay actualmente, que solo beneficia al sector financiero Vamos por ese Estado benefactor que favorece a la sociedad en su conjunto Algo solo posible, si logramos arrebatarle el poder a los mismos de siempre, invitamos a los otros sectores democráticos a deponer sus diferencias para avanzar en la construcción de una sociedad más democrática y justa. Parafraseando a Lenin, es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la realidad, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.
[1] (https://www.cadtm.org/La-crisis-economica-y-los-bancos-centrales